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04-02-2009

Scott Miller, para ponerse a gritar


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Mientras algunos se empeñan en seguir comprando discos de rock americano por la etiqueta o por simpel afán de completismo, otros músicos, menores en nombre pero mayores en cuanto a propuesta, permanecen oscurecidos en una preocupante segunda línea. Y es que el apelativo “americana” le ha acabado haciendo más mal que bien a la música de raíces yanki ¿qué no sabías donde meter a alguien? Pues al cajón del americana. Eso ha provocado que ínclitos perturbadores de mentes, aprendices de literatos, críticos virtuales y calaña de variopinto pelaje haya acabado hasta el moño del dichoso nombrecito. Y no me extraña. Porque lo que se ha conseguido es rebajar el valor de la música de raíces hasta el punto de que cualquiera puede ser considerado el nuevo Dylan o el heredero de Young. Sólo basta con incluir cuatro guitarras acústicas, un violín y sonar algo country para poder aparecer en revistitas in con una camisa a cuadros y defendiendo a Hank Williams como el Dios todopoderoso. Y por ese motivo discos como éste tienen tanto valor. Por eso merecen ser disco del mes. Porque van más allá. Y no me refiero a ponerse a utilizar maquinitas o grabar percusiones con cubos de basura. Sino a esencia. Porque están bien paridos. Porque tienen alma. Respiran y te hacen respirar. Son capaces de hacerte llorar y reir. Disfrutar y sufrir. Se te clavan y nunca los olvidas. Y For Crying Out Loud es uno de esos.

 

Scott Miller lleva sin fallar varios discos. Siempre acertado. Da igual que algunas de las canciones aquí incluidas ya aparecieran en una demo el verano pasado con el nombre de Appalachian Refugee. Poco importa que el primer tema tenga arrestos del Mamma Mia de Abba (¿?). Porque eso es todo lo malo que podemos decir de este álbum. «Sin In Indiana» suena a blues rural y está cantado rozando la perfección. «Iron Gate» recuerda más a los Rolling Stones más country que algunos de los propios temas de Jagger & Co. Para colmo, la colaboración de Patty Griffin en «I’m right here my love» suena dulce y serena, ensalzando una preciosa y simple melodía.  «Heart in Harm’s Way» guarda un hammond absolutamente delicioso y la convierte en la pieza más resultona y radiable del disco. «Double Idemnity» podría ser el mejor tema del Warpaint de The Black Crowes. Y así podríamos seguir uno tras otro con temazos del calibre de «Claire Marie» o «She’s still mine». Seguro de lo que hace, asentado, Miller picotea de varios palos y todo le sale bien. En permanente estado de gracia. Cuando quiere sonar pop es el más poppie de todos. Y lo mismo podemos aplicarle al blues, al country, al soul, al honky tonk o al rock más cañero. Lo triste es que me atrevo a aventurarle el mismo éxito que en sus anteriores trabajos. O sea, ninguno. Seguirá siendo un secreto. Una joya de esas que los mitómanos queremos disfrutar en solitario. Como si existieran sólo para nuestro placer individual. Onanistas melódicos de egoísmo caústico. Empecinados en no compartir sus descubrimientos con nadie más. Abrazados a su tesoro como si alguien pudiera arrebatárnoslo. Como el Avaro de Molière. Asidos con fuerza a unas canciones demasiado buenas como para perecer en un mar de promiscuidad. Obviando los deseos del autor. Pero felices al comprobar lo bien que queda ese vinilo al lado de las últimas entregas de William Elliott Whitmore, Alejandro Escovedo, Ben Sollee, Dexateens o Joseph Arthur. Y, sobre todo, lo bien que suena cada vez que la aguja cae sobre sus surcos.

 

Autor: Eduardo Izquierdo

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